Mis familiares


Recuerdos de mi familia durante la "Era"


Para los que tengan interés en conocer más sobre la vida en la Era de Trujillo, esta página consiste de relatos de mis parientes que tienen que ver en su mayoría con la vida bajo la dictadura.


Relatos de mi familia paterna

Mi padre fue criado por dos hermanas misioneras en el Instituto Evangélico de Santiago, las hermanas Whiffen, por lo que lo único que yo sabía de la familia biológica de mi padre era lo que mi abuela adoptiva, Angui (Eva Whiffen), me contaba. Ella vivía con nosotros y yo conversaba mucho con ella ya que mis hermanos eran todos varones y se dedicaban a los deportes. Sin embargo, 
mi padre mantuvo contacto por carta con sus hermanas biológicas quienes vivían en Estados Unidos e incluso las visitó un par de veces en ese país cuando salía en viajes de negocios. Sólo a él le permitía el gobierno salir, no a toda la familia, para asegurarse de que él no criticara públicamente al régimen en el exterior estando su familia en el país expuesta a represalias.


Cómo llegaron las misioneras a adoptar a mi padre después de la muerte prematura de mi abuela biológica (Ana Josefa Morel) lo describo brevemente en la página Biografía de este portal. Lo que sé de la familia biológica de mi padre es lo que me contaba mi abuela adoptiva Eva Whiffen, quien los conocía bastante bien, y mi prima biológica a quien conocí después de ser adulta en Estados Unidos, la Dra. Rosemarie Pérez Abreu, con quien hemos mantenido contacto por teléfono durante años. Debido a que vivimos a enormes distancias nos hemos reunido sólo una vez. Ella es hija de Patria Abreu, una de mis tías paternas.

Mi prima, una persona muy seria, investigadora académica y psicóloga de profesión, me cuenta que mis tías Patria y Rosa Abreu le habían contado lo siguiente:

Mi abuelo era el general Elías Abreu. Que era general me consta porque eso me lo contaba mi abuela Eva Whiffen. También me contó mi prima que él había apoyado el Partido Popular (dice que cree que así se llamaba el partido) en las elecciones de 1930, el cual era un partido contrario a Trujillo. También me contó que unos primos de mi padre y su madre Patria (eran de apellido Batista) estuvieron involucrados en una pequeña expedición que saldría de Miami para tumbar a Trujillo pero que fue interceptada por las autoridades americanas cuando estaban embarcando las armas. De hecho, Rafael (esposo venezolano de mi tía Rosa) iba a ayudar a transportar las armas en La Florida (donde vivían mis tíos) hacia el punto de embarque, pero mi tía Rosa, una persona muy precavida y apolítica, se lo prohibió terminantemente. Luego, a los dos hermanos Batista lamentablemente los mataron en la expedición del 59.


Cuento lo anterior porque ayuda a entender lo siguiente: Por todo lo anterior, se deduce que mi abuelo era uno de los militares de Santiago que tenía problemas con Trujillo y es lo que efectivamente me ha dicho mi prima. Ella dice que después de que Trujillo subió al poder, mi abuelo llego a un acuerdo con el régimen, se retiró, se asentó en su finca y no volvió a sus andanzas militares. Dice mi prima que mis tías le contaron a ella que él tenía una finca de cacao de buen tamaño llamada La Rosita. Esto creo que Angui me lo había contado, pero no lo recuerdo muy claramente.

Todo estuvo tranquilo en sus vidas durante cierto tiempo hasta que murió mi abuelo. Cuando él ya no estaba de por medio, los esbirros de Trujillo empezaron a asediar a mis tías. Mi prima me dice que los esbirros pasaban en un carro frente a la casa, paraban un rato, les hacían la señal de cortarles la cabeza pasándose el dedo por el cuello y les gritaban ofensas. Mis dos tías, Patria y Edinia, estaban aterradas. Mi tercera tía, la mayor (Rosa), ya se había ido a Estados Unidos debido a que se había divorciado de su marido, separación que mi abuelo no apoyaba por lo que mi tía se alejó y se fue a Estados Unidos. Ella era una persona inteligente, muy independiente y emprendedora, por lo que no soportaba al esposo machista que tenía en Santiago. A mi tía Rosa yo llegué a conocerla mucho más que al resto de la familia de mi padre ya que cuando yo era adolescente me fui a pasar varias vacaciones en su casa en Miami. Cuando Patria y Edinia le escribieron contándole lo que estaba pasando, mi tía Rosa, desesperada, mandó a buscarlas inmediatamente para que vinieran a vivir con ella. Mis tías dejaron todo atrás, abandonaron el país y nunca más regresaron (excepto tía Patria ya anciana, en sus años noventas) pues formaron sus familias en Estados Unidos y se asimilaron a la cultura. Los dos varones, Diógenes y Ofemil, se habían establecido en otras regiones del país. Se habían alejado de su padre porque él era muy imponente y quería dirigirles la vida, además de que ellos no daban para la agricultura. Eran jóvenes sensibles y bastante tímidos. A uno le gustaba la literatura y creo que Ofemil fue maestro. Supongo que ese carácter sensible saldría más del lado de mi abuela biológica, Ana Josefa Morel. Por cierto, tengo entendido que mi abuela biológica era tía o prima segunda del pintor Yoryi Morel. Los varones no tuvieron nada que ver con la finca y mis tías se vieron obligadas a abandonarla. Según me cuenta mi prima, ellas le contaban que los Trujillos se habían quedado con la finca de cacao. Lo único que a ellas les interesaba era salir con vida de esa situación y al lograrlo, se sintieron liberadas de la sociedad opresora de donde salieron, se dedicaron por completo a construir sus nuevas vidas en Estados Unidos y se olvidaron del pasado en Santo Domingo.


Comparto e
sta experiencia de mis tías porque refleja la realidad que se vivía durante la “Era”, en que casi no había una familia que no hubiera quedado marcada de alguna forma (sea con sangre, tortura, despojo, humillación o destierro) por el régimen, a menudo afectando a varios individuos o a varias generaciones dentro de una misma familia.  

Estoy segura de que a cualquier dominicano de edad mayor que le pregunten sobre sus parientes, esa persona tendrá un tío, abuelo, primo, hermano, cuñado, etc. que padeció algún tipo de crimen o abuso de parte de los esbirros.

Pero esa no fue la última vez que mi familia tuvo problemas de tierra o propiedad con los Trujillos y sus gendarmes. Lo siguiente me lo contaron varias veces mi madre, mi abuela Angui (Eva Whiffen) y una de mis tías maternas, Josefa "Cusa" Piña, quien los visitaba en Santiago:


Cuando mis padres vivían en Santiago, propiamente en la carretera entre Moca y Santiago, ellos tenían una casita. En realidad, la casita le pertenecía a mi abuela Angui. En esos años sólo mis dos hermanos mayores, Alberto y Héctor, habían nacido. Mi padre trabajaba como sub-director del Instituto Evangélico de Santiago. La casita en que vivían no era grande, pero era suficiente para una joven pareja en sus primeros años de matrimonio. Más abajo están las fotos de esa casa. Como se aprecia, la casa no era espaciosa pero estaba muy bien construida y la habían mantenido en buenas condiciones. Me contaba mi madre que, además, tenía un terreno alrededor que era muy grande, el cual también era propiedad de mi abuela Angui.

Sucede que en frente de esa casita Trujillo tenía una residencia en la que vivía una de sus amantes, Olga Rojas. Varias veces agentes de Trujillo le habían ofrecido a mi padre comprarle la casa y el terreno. Mi madre me cuenta que la querían para poner en esa casita un puesto de guardias donde los que resguardaban la residencia del Jefe podrían vivir. Pero mi padre rechazaba las ofertas diciéndoles que esa era la única casa que ellos tenían para vivir. Hacer eso era un enorme riesgo pues no era raro que la persona sufriera fatales consecuencias por rehusarse a “venderles” su propiedad. Creo que mi padre se atrevió a rechazarles la "oferta" porque la casa y el amplio terreno eran en realidad propiedad de su madre adoptiva, mi abuela Whiffen, y en esa época trataban a los norteamericanos en la isla con mucho respeto y deferencia, por lo que tal vez mi padre supuso que no tomarían las violentas represalias que normalmente tomaban contra los dominicanos.

Mi hermano Héctor estaba de meses y mi hermano Alberto tendría poco más de un años de edad. Naturalmente, ni mi hermano Ricardo ni yo habíamos nacido. Un día mis padres fueron a la ciudad de Santiago que quedaba cerca para que el médico examinara a Héctor y para hacer varias diligencias. Cuando regresaban por la carretera vieron desde lejos mucho humo que salía desde donde quedaba la casa. Una de mis tías (Cusa) me contó que mi padre se puso tan nervioso que le ordenó al taxista a que parara, se salió del carro y empezó a correr hacia la casa. Lo que encontraron fueron los escombros, pues estaba casi totalmente destruida. Debo aclarar algo sobre la personalidad de mi padre: Él era una persona metódica, muy detallista y sumamente precavida. Mi madre me cuenta que antes de tomar cualquier acción, siempre calculaba bien todas las posibles consecuencias. Recuerdo que en mi casa en la capital todo estaba ordenado, cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa, todo tenía que funcionar bien, lo que estaba dañado se arreglaba. Así lo criaron los misioneros americanos. Mi padre nunca hubiera salido y dejado la casa completamente sola sin asegurarse de que todo estaba en orden, sin ningún riesgo. Por eso dudamos mucho que ese incendio hubiera sido accidental. Como pueden ver en las fotos, esa casita estaba en buenas condiciones, bien cuidada. Siempre sospecharon fuertemente que ese incendio fue provocado por los agentes de Trujillo y para no extralimitarme, sólo planteo como una sospecha lo que es una probabilidad ya que cuando los Trujillos querían algo, especialmente bienes raíces, no había en el país nada ni nadie que los pudiera detener. Es absurdo pensar que a la larga Trujillo no iba a terminar con esa propiedad que él quería, como en todo. Yo le pregunté a mi madre hace varios años a quien le habían vendido el terreno que quedó y ella no supo decirme. Quien tomaba todas las decisiones era mi padre y, como la propiedad era en realidad de mi abuela, ellos dos serían los que sabían.

Como se quedaron sin casa, mi familia vivió varias semanas en la casa pastoral. Finalmente se mudaron a La Romana donde mi padre encontró trabajo en las oficinas del Central Romana (propiedad en esos años de una empresa americana). Esto les solucionó el problema de vivienda ya que el Central les daba vivienda a los empleados fijos. Ahí nació mi hermano Ricardo. Luego, se mudaron a Puerto Plata, donde nací yo. Allá mi padre trabajó en las oficinas de la Chocolatera Sánchez. A los dos años más o menos, mi familia se mudó a la capital donde mi abuela Angui compró una casa en Villa Consuelo que fue donde vivimos hasta que nos fuimos al exilio en 1960.




                                                       Esta es la casita que "se quemó", que quedaba en la carretera entre
                                                       Moca y Santiago. Pertenecía a mi abuela Angui, Eva Whiffen.





Mu abuela paterna Ana Josefa Morel Mayol





Relatos de mi familia materna

Mi abuela materna nació y se crio en San Cristóbal. Ella se llamaba Josefa Saladín Pereira. Ella era nieta de Leonidás Saladín Chevalier y su tía abuela era Erciná Chevalier, la madre de Julia Molina, por lo que mi abuela conocía a esa familia Trujillo y decía (dentro de su casa, entre familia, no en público naturalmente) que los Trujillos en San Cristóbal era gente de baja ralea a la cual había que mantener a la distancia y decía que robaban reses (confirmando a nivel personal lo que siempre han dicho los historiadores). Yo supongo que por eso nunca hubo ninguna relación de familia o de amistad con los Trujillos en esos años, aunque había un parentesco. Mi madre me dice que mi abuela de vez en cuando sí hablaba en forma positiva de Erciná. Mi mamá recuerda haber ido varias veces con mi abuela a la casa de Erciná y recuerda que en una visita Erciná estaba en cama porque tenía una pierna o una cadera rota. Es probable que mi abuela y mis tías mayores tendrían algunas anécdotas relacionadas con esa familia Trujillo, pero mi abuela era una persona sumamente callada y, además, durante la “Era” no era nada aconsejable andar contando historias negativas sobre los Trujillos. Hoy, naturalmente, ninguna está con vida para ayudarme a documentar estos recuerdos, excepto mi tía Gloria, la más joven de todas. Tristemente, en realidad ella sabe muy poco de esos años en San Cristóbal porque ella se hizo adulta cuando ya la dictadura lo tenía todo bajo control y en los hogares no era conveniente contar nada personal de los Trujillos. Además, ella nació cuando ya se habían mudado de ese pueblo.  

A mi abuela, que se llamaba Josefa, le decían Fefa en San Cristóbal, pero ella tenía una prima que se llamaba Fufa (supongo que Fufa era sólo su apodo). Esa prima Fufa fue amante de Trujillo, no sabemos si voluntariamente o no. Mi madre y mi única tía viva, Gloria, me cuentan que de repente un día salió un anuncio en el Foro Público anunciando que Fufa ---------- (omito el apellido) se había casado con un fulano de tal de San Cristóbal (mi madre no se acuerda del nombre del señor). Ese anuncio los tomó a todos completamente por sorpresa, incluyendo a Fufa y al señor, pues ni siquiera eran novios y, que se sepa, ni había ningún interés romántico, si es que se conocían. Pues me cuenta mi madre que Fufa y el señor no tuvieron más remedio que casarse porque ella dice que lo que se anunciaba en el Foro Público, si no había ocurrido, entonces tenía que ocurrir, obligatoriamente, de lo contrario los aludidos sufrirían las consecuencias.

Según lo que he leído, y esto también me lo contaba mi madre, después de que Trujillo o sus hermanos perdían interés en alguna amante o si ésta quedaba embarazada, buscaban a algún militar cualquiera y las casaban con ese militar para que la muchacha no quedara desamparada. No sé si fue que Fufa quedó embarazada ni si el señor con que se tuvo que casar era militar. Mi madre y mi tía Gloria eran de las más jóvenes de los hermanos y las menos informadas. Les aseguro que mis tías mayores (las cuales les llevaban muchos años a las menores) podrían contar todos los pormenores de este caso y de muchas otras anécdotas, pues no sólo eran mayores sino que siempre fueron más vivas, más relacionadas con la gente y sabían mucho de lo que pasaba en los pueblos en que vivieron.

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Hace algunos años tuvimos una reunión de familia y mi tía Gloria, entre un tema y otro, casualmente me contó el siguiente relato:

Su bisabuelo, Leonidás Saladín Chevalier, tenía muy buena posición económica y era dueño de grandes terrenos en diferentes regiones. Varios de esos terrenos quedaban en la capital (o en sus alrededores en esa época). Mi tía me contó que por medio de un enredo de artimañas, Trujillo terminó siendo formalmente el dueño de los terrenos en la capital. Me dijo que usó a un señor (creo que me dijo que era abogado y pariente) como intermediario en esa manipulación. Ella me mencionó el nombre del intermediario y me dijo algo sobre la forma en que Trujillo se las agenció para lograr apoderarse de esas tierras, en las que me dijo que hoy se encuentra el Ministerio de Relaciones Exteriores o la plaza de la cultura (no recuerdo cual me dijo), pero yo la escuchaba bastante distraída porque se trataba de una ocasión social. La historia en general me pareció interesante, pero por no tener el interés que tengo ahora en documentar estos relatos de mi familia, en esos momentos no le puse mucha atención a los detalles concretos y pasamos a conversar sobre otras cosas. Cuando años después me interesé en documentar estos relatos familiares, llamé a larga distancia a mi tía Gloria para preguntarle por el nombre del intermediario y sobre los detalles del timo, pero ella, ya con unos 84 años, sólo se acordaba de la historia en general, se le habían olvidado el nombre y los detalles en concreto. Supongo que existirá en algún archivo el nombre del testaferro involucrado en la apropiación de esas tierras para poder deducir como fue que se logró el traspaso de esas tierras que terminaron "legalmente" en manos de Trujillo y no en manos de los hijos de Leonidás Saladín Chevalier.

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Cuando se me ocurrió recopilar los relatos de familia para compartirlos en la red, yo le pregunté a mi madre si ella conocía a alguien, aparte de nosotros, que fuera víctima de la dictadura (asesinato, tortura, apropiación). A pesar de que cuando le pregunté su memoria ya le estaba fallando un poco por su avanzada edad, después de pensarlo un corto rato, se acordó de un caso que ella conocía personalmente:

Ella recuerda el caso de una señora evangélica (creo que me dijo que esa familia era especificamente libre-metodista) cuyo hijo era violinista. A él se lo habían llevado detenido y más nunca supieron de él. Esa familia era originalmente de un campo de Salcedo (cree que de Palmar), después se mudaron a Santiago. Ella recuerda que la hermana del joven desaparecido se llamaba Celeste Mendoza cuyo esposo, Benjamín Mendoza, enseñaba en el Instituto Evangélico de Santiago. Mi madre dice que la madre pasó mucho tiempo yendo de cárcel en cárcel preguntando por su hijo. En cada cárcel le decían que él no estaba ahí sino en tal otra cárcel. Cuando iba a esa otra cárcel, le decían que ahí no, sino en otra cárcel y así la mantuvieron dando viajes, pero nunca supo sobre el destino de su hijo. Cuando le pregunté por qué se llevaron al hijo, mi madre me dijo que no sabía o que tal vez lo sabía pero ya se le había olvidado. Hoy, mi madre tampoco recuerda el nombre del hijo desaparecido. Es lo único que ella recuerda de ellos.


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Recientemente (julio de 2018) mi madre me contó el caso de la señora que le cosía la ropa a mis hermanos cuando vivían en Puerto Plata. Me contó que el esposo se desapareció por unos días y luego tiraron el cuerpo en su casa (no se si en la galería, el patio, etc.). Mi madre hoy tiene 94 años y no recuerda ni siquiera el nombre de la costurera. En todo caso, el gobierno y la prensa controlada por el régimen acusaron a la señora de que ella había matado a su esposo. Incluso, dice mi madre que la prensa publicó editoriales acusándola. La llevaron a la corte donde la sentenciaron por asesinato y la declararon culpable. Mi madre me dijo que ella incluso fue a ver el juicio porque la corte quedaba al lado de la casa donde mi familia vivía.


Pero lo que la gente decía en voz baja era que a ese señor lo mató el régimen y, para añadirle deshonra a la familia, calumniaron a la esposa y la convirtieron en la asesina. El que una mujer matara a su marido en esa época era algo realmente fuera de lugar porque las mujeres de esa época eran muy sumisas a los esposos a quienes había que respetarlos porque se consideraba que los hombres tenían una superioridad moral por encima de las mujeres. Además, la violencia doméstica no era tan común como ahora ni se llegaba a los extremos de asesinar. 



Mi madre me cuenta que cuando ya vivíamos en la capital, pocos años después la sorprendió ver a esa señora caminando por la calle y hasta se pararon a conversar. Naturalmente, mi madre no le preguntó nada sobre el caso. Le pedí a mi madre algo que identificara a la señora, pero dice que ni se acuerda en que calle vivía la señora. Solo recuerda que era una señora bajita, de tez clara y cabello rizado. El hecho de que a ella la dejaran libre en tan corto tiempo cuando cumplía una condena por homicidio apoya los rumores de que fue una trama del gobierno para deshonrar a la familia y a la vez tener una fácil coartada para que el gobierno quedara libre de toda culpa. 

Ese asesinato habría ocurrido entre 1947 y 1950 pues mi hermano Ricardo nació en 1946 cuando mi familia vivia en La Romana. Mi familia se mudó a Puerto Plata un año después donde yo nací en 1948 y en 1950 nos mudamos a la capital.


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Mi madre me ha contado que la gente evitaba cruzar el camino con Pipí Trujillo porque siempre salían perdiendo. Me dijo que le contaban que, por ejemplo, si Pipí estaba supervisando alguna construcción o arreglo de una propiedad suya, él paraba al que estuviera pasando por ahí y le decía en su tono sencillo “Ven, échame unos cubetazos aquí" o "ayudanos a mezclar ese cemento", o "a levantar tal cosa,” etc. Mi mamá me dijo que con Pipí no había manera de salirse del enganche. Aunque la persona andara apurada camino al trabajo o vestido con la mejor ropa camino a algún compromiso social, no importaban las excusas ni explicaciones que le dieran. Él insistía en que lo ayudara y no se le podía rechazar porque después había que pagar las consecuencias de desobedecer a un Trujillo. Me dijo que, por eso, cuando la gente veía a Pipí Trujillo venir o parado en algún lado, la gente se desviaba por otra calle para no enredarse con Pipí. Cuando le pregunté a mi mamá si ella personalmente había visto algún incidente con Pipí, me dijo que no (ella no salía mucho), pero que eso se lo habían contado varias veces, no recuerda si se lo contaron sus hermanos, las amistades o mi papá.

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Mi madre también me contó que cuando hacían los desfiles, casi todos en la George Washington, los empleados públicos estaban obligados a ir y a pararse entre el público. Les decían la esquina en que todos iban a reunirse y había ciertas personas en cada oficina o cada dependencia que se encargaban de fijarse a ver quien no iba. Algunas de sus hermanas, hermanos y también amistades trabajaban en centros públicos y le contaban que había gente que iba al desfile por un rato, se dejaban ver por los que chequeaban, los saludaban y después al rato disimuladamente se iban para su casa. Me dijo que ella cree que los empleados de las empresas privadas también tenían que ir a los desfiles, pero no está totalmente segura.

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Mi tía L. García estaba casada con mi tío materno Horacio. Ella nació y se crio en Monte Cristi hasta más o menos los15 o 16 años cuando se mudó a la capital creo que para vivir con una tía y estudiar. Naturalmente, en las vacaciones y en varios dias feriados, regresaba a Monte Cristi. Como en la capital era vecina de mi abuela, ella y mi tío se conocieron, se enamoraron y se casaron. Después, como mi tío era inspector de migración y tenía conexiones en ese ministerio, lograron obtener permiso de salida y visa para ir a vivir en los Estados Unidos. Ella me contó que ellos tuvieron suerte con esas conexiones importantes porque me dijo que a los empleados del gobierno que solicitaban pasaporte para viajar, los despedían del trabajo, por lo que se quedaban sin el pasaporte para salir y sin trabajo.

Como hace décadas que no vivimos en la misma ciudad, mi tía y yo sólo nos comunicamos por teléfono. Hace algunos años la llamé para preguntarle qué recordaba ella de los años en que vivió bajo la Era de Trujillo. Empecé por preguntarle sobre la matanza de perejil ya que ella vivía en esa región fronteriza. Según la edad que ella tiene ahora yo calculo que en 1937 ella tenía unos 13 años.

Me dijo que eso fue algo terrible, me dijo lo mismo que me había contado mi abuela Angui: que en esos días los ríos estaban rojos de sangre, que la gente no podía ni bañarse ni lavar ropa en los ríos porque estaban ensangrentados y me dijo, además, que los ríos tenían un hedor terrible. Me contó que también echaban los cuerpos al mar, que mataron hasta a haitianos que habían vivido en la zona desde hacía muchos años a los que todo el mundo conocía y apreciaba.

Le pregunté de qué más se acordaba de sus años en Monte Cristi. Me dijo que ella recuerda que allá en Monte Cristi la gente sacaba la sal de la costa para el consumo de familia y algunos para venderla. Pero de repente Trujillo prohibió la extracción libre de la sal de las costas. Me dijo que para obligar a la gente a que dejara de sacar la sal de esa zona, ella recuerda que entonces pasaban unas carretas tiradas por bueyes las cuales a los lados de las ruedas tenían dos especies de “cepillos” largos hechos de grandes hojas de árboles. Pasaban esas carretas con los “cepillos” dando vueltas igual que las ruedas sobre la arena lo que mezclaba toda la sal con la arena y el lodo por lo que entonces les era imposible o muy difícil a los lugareños extraer la sal con la facilidad con que siempre lo habían hecho.

Como yo había leído que Isabel Mayer era de Monte Cristi, le pregunté qué sabía sobre esta señora y me dijo con su acento tan gracioso: “oh, oh, pero Isabel Mayer era la maipiola de Trujillo allá en Monte Cristi! Ella era la que le buscaba las muchachas a Trujillo cuando él iba allá. Cada vez que ella sabía que Trujillo iba pa Monte Cristi, ella empezaba a buscarle muchachitas bonitas y jóvenes para que él pasara la noche con ellas. Por eso todo el mundo allá en Monte Cristi la odiaba a esa señora, Jesú!"

Le pregunté si sabía de algún caso en concreto de alguna muchacha y me dijo que sí, que ella conocía a una muchacha humilde que se llamaba Flor Bautista. En una ocasión que Trujillo iba para Monte Cristi, Isabel Mayer le estaba preparando un banquete y a Flor Bautista (mi tía calculó que Flor tendría unos 16 años) le tocó ir a trabajar en el banquete como camarera o algo parecido. Dice que Isabel Mayer se fijó en ella, que era bien parecida como le gustaban a Trujillo, y que, en las palabras de mi tía, “se la guardó” al jefe.

Me contó que Flor estuvo con Trujillo varias noches, él se la llevó para la capital donde ella quedó embarazada. La obligaron a tener un aborto y después le dieron un dinero o una pensión y la mandaron de nuevo a Monte Cristi. Dice mi tía que el tío de Flor andaba en Monte Cristi muy orgulloso de que su sobrina fuera amante de Trujillo.

Le pregunté si se acordaba de alguna otra. Me contó de otro caso, de una muchacha que estuvo en la escuela con ella que se llamaba Hilda o Irma Grullón. Como siempre he tenido problemas para recordar nombres, yo no recuerdo bien si el nombre de la muchacha era Hilda o Irma porque cuando hablé con mi tía esa vez yo estaba sentada en un parque y no tenía donde escribir, después escribí el nombre en una computadora que se me dañó. Me contó que esa muchacha había ido a la escuela con ella, que su tía la estaba criando y que vivía en frente o casi en frente de la casa de Isabel Mayer. Dijo que la tía, doña Teófila, tenía una especie de restaurante o algo parecido y que esa familia tenía un parentesco con Isabel Mayer. En otra ocasión en que Trujillo iba para Monte Cristi, la Mayer mandó a unos muchachos a preguntar por Hilda o Irma, la tía, que se figuró la intención, les dijo que en esos momentos la muchacha no estaba y ellos le dijeron que después iban a regresar. El día antes de que a Trujillo le tocaba llegar al pueblo (o temprano el mismo día, no recuerdo) la tía y un primo sacaron a Hilda/Irma de Monte Cristi muy de madrugada, la sacaron por los montes hasta la carretera a Santiago. Ahí el primo siguió con ella hasta la casa de unos parientes. De esta forma la tía logró salvar a Hilda de las garras del tirano. Mi tía me contó que años después Hilda/Irma se casó con un doctor que tenía un apellido extranjero, como alemán.

Después le pregunté si ella conocía de algún caso de alguien que habían matado, torturado o que hubiera sufrido algún abuso. Me dijo que el único que ella recuerda es el caso de un tío paterno suyo que se llamaba Chichi Valera quien era también su padrino. Le pedí detalles y me dijo que él repartía clandestinamente panfletos antitrujillistas y que por eso tuvo que irse del país ya que su vida corría peligro. Después de haber vivido un tiempo en Cuba volvió al país parece que atenido a una amnistía de Trujillo. Cuando regresó se fue a vivir a Bonao donde vivía la familia de su padre. Ella no sabe si él talvez había empezado de nuevo en sus actividades antitrujillistas o no, pero lo que sabe es que un día fueron dos militares en un carro a la casa del padre y preguntaron por él. El padre les pidió que esperaran afuera para ver si su hijo se encontraba. Él quiso aprovechar para avisarle a su hijo para que pudiera escapar saliendo por la puerta de atrás. Sin darse cuenta, los guardias ya habían entrado en la sala y se habían sentado en la sala. Por alguna razón, Chichi decidió ir a la sala y hablar con ellos. Los guardias le dijeron que tenían órdenes de llevarlo a la capital. Él les dijo que le dieran unos minutos para ponerse unos zapatos ya que andaba en chancletas. Uno de los militares le contestó: “No, si a donde usted va no va a necesitar zapatos.” Se lo llevaron tal como estaba y la familia más nunca supo de él. Mi tía dice que a la familia le contaron que a Chichi lo mataron por el malecón de Ciudad Trujillo.

Esto es todo lo que pudo recordar mi tía puesto que ella salió de Monte Cristi hacia la capital cuando era una adolescente, aunque acostumbraba a volver a ese pueblo a visitar a su familia. Además, mi tía es ya una anciana y sé que hay muchas cosas que ella ya no recuerda. Me dijo que su padre se llamaba José Antonio Valera, pero como el que las crio a ella y a su hermana fue su tío materno, ellas llevaban el apellido García del tío porque le tenían cariño de padre.

Todo lo anterior es un resumen de unas tres conversaciones que tuve con mi tía política (casada con mi tío Horacio) sobre esos temas, todas por teléfono, en que le preguntaba de nuevo sobre los mismos recuerdos para ver si se acordaba de algún otro detalle o si se acordaba de otra anécdota. En una tomé nota rapidamente de lo que me contaba, pero se me olvidó pedirle que me aclarara lo del nombre de pila de Irma o Hilda Grullón. De los nombres que me mencionó es el único sobre el cual tengo dudas. Ahora que después de varios años por fin decidí publicar este portal, ya mi tía está casi totalmente sorda y es muy difícil comunicarse con ella por teléfono.

(Yo omití el nombre de pila de mi tía y no coloco una foto suya porque ella todavía está con vida y es una persona muy privada.)






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                                                   La tía que más se ocupó de nosotros después de los hechos en la embajada el 7 de julio fue mi tía Divina Deveaux, la mayor. Ella era la que se comunicaba con los funcionarios de la embajada. Ella era muy valiente y fue la que exigió en varias dependencias del gobierno que le entregaran el cuerpo de mi padre ya que no se lo querían entregar. En esas diligencias ella por fin recibió el apoyo de la embajada brasileña y creo que también del misionero amigo de mi padre, Mr. Perkins, finalmente le entregaron el cuerpo. Fue ella también quien organizó, junto a mi tío Publio Piña y Mr. Perkins, el funeral de mi padre, en coordinación con la Iglesia Evangélica Dominicana. El gobierno se rehusaba a entregarle los restos de mi padre. Ella iba a un hospital y le decían que ahí no estaba sino en otro, iba al otro y le decían que estaba en el Gautier o en la morgue, ahí le decían que ya se lo habían llevado, que estaba en La 40, etc. Según lo que yo escuché en una conversación en esos días, mi tía Divina tuvo que pedirle ayuda a la embajada para que presionaran al gobierno a que se lo entregaran. Años después ella nos contó que cuando por fin se lo entregaron de mala gana, le colocaron el cuerpo mal envuelto en papeles sobre un mostrador. Ella les dijo firmemente: "Un momento, así yo no me lo puedo llevar." Se fue, hizo diligencias y creo que fue con la ayuda de una funeraria que por fin se llevaron el cuerpo en forma adecuada. Un par de semanas después de nuestro asilo, tía Divina y mi tía Gloria perdieron el trabajo que habían tenido durante muchos años, típico de los mecanismos de la dictadura.



 Tía Divina





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