Mis recuerdos


Recuerdos de mi infancia durante la dictadura

Quiero introducir esta página repitiendo lo que expresé en la introducción de este portal:

Deseo afirmar que nada de lo redactado en el relato La violación a la embajada de Brasil ni lo redactado sobre los recuerdos y los relatos de mi familia, ni mis memorias de la Era ha sido inventado ni exagerado, en absoluto. La memoria de mi padre, un cristiano honesto a carta cabal, me lo impide, la integridad que se merece la contundente y salvaje violación contra mi familia, ese sangriento atropello, me lo prohíbe, la autenticidad que se merece nuestra trágica historia dominicana, la cual no necesita exageraciones, me lo proscribe. Bien lo dice el dicho que "una sola mentira es capaz de poner en entredicho cien verdades".

Es por lo anterior que algunos de estos episodios de mis memorias talvez les parezcan algo descoloridos y poco interesantes, pero el propósito de estos recuerdos que comparto no es el de entretener ni de impresionar, sino informar sobre la vida común y corriente bajo el régimen trujillista porque creo que los detalles cotidianos son los que les permiten a las siguientes generaciones palpar lo más concretamente posible como se sentía la vida en una etapa del pasado.

También quiero señalar que la mayoría de estos incidentes y situaciones descritos más abajo reflejan los aspectos negativos de la dictadura que yo recuerdo porque, precisamente, mi propósito es mostrar la otra cara de la moneda, no las supuestas grandes hazañas de Trujillo que la propaganda repetía constantemente durante las tres décadas y que continúan repitiendo los trujillistas hasta hoy en día, sean esas hazañas ciertas o falsas. De hecho, no hay nada positivo que yo o que mi familia recordemos en relación al régimen excepto tres cosas: Mi mamá me cuenta que Ciudad Trujillo era una ciudad muy limpia en esos años, que había pocos apagones y yo recuerdo que no había delincuencia rampante en las calles, que se podía andar por dondequiera sin miedo a ser asaltado. Pero hasta en eso, practicamente cualquiera de cualquier país latinoamericano puede decir lo mismo de su ciudad de hace 55 años atrás porque todos los países eran más sanos y mucho menos violentos hace más de medio siglo. En realidad, si comparamos la situación actual en República Dominicana con solo 20 años atrás, cuando ya no estaba Trujillo, se puede decir lo mismo, que no había la delincuencia y la violencia que hoy sufren los dominicanos. El deterioro en los servicios públicos también es algo que se registra en buena parte de los países de la region en los últimos 20 años.


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Recuerdo que un día, por alguna razón que entonces yo no comprendía, toda mi familia se sentó rápidamente frente al televisor a ver algo que parecía importante. Yo hice lo mismo poniéndole mucha atención sin saber por qué sino simplemente porque mis padres estaban muy interesados. Yo tendría unos 9 ó 10 años de edad. Oí decir el nombre de Juan de Dios Ventura Simó y en varios instantes apareció en la pantalla un joven delgado de unos veinte y tantos años leyendo algo que pronunciaba como si fuera un zombi, totalmente frío, sin ninguna expresión ni ondulaciones. Parecía tímido. Mi padre, hombre muy metódico y detallista, estaba sentado echado hacia adelante, tenía toda su atención centrada en el personaje, mirándolo de cerca. Al final de la transmisión, mi papá se paró y recuerdo que dijo algo como “ese está drogado. Se le ve en los ojos” y se alejó. No entendí nada y nunca más se habló del caso en mi casa. Fue años después que, conversando con mis hermanos y mi madre, supe cuál era la historia detrás de esa importante transmisión que, en ese momento, me pareció bastante descolorida.

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Cuando yo era niña y asistía al Colegio Evangélico Dominicano puedo decir que sufrí el peso de la censura trujillista. Esto ocurrió yo calculo que uno o dos años antes de que mi familia se asilara a mis once años, por lo que supongo que ocurrió cuando yo tenía más o menos nueve o diez años.

Recuerdo que mi maestra había anunciado que había un gran concurso de poesía entre todas las escuelas (me parece que era un concurso a nivel nacional) para homenajear a Juan Pablo Duarte. Supongo que se cumplían 100 años o algo de algún hito relacionado con Duarte. Mi maestra anunció que debíamos escribir un poema en honor a Juan Pablo Duarte y estos poemas serían seleccionados y sometidos por nuestra escuela al concurso para competir con otras escuelas. Como yo siempre he tenido facilidad para escribir desde niña, mi poema le encantó a mi maestra. Ella estaba emocionada y me dijo después de la clase que ella creía que mi poema bien podría llegar lejos y quedar entre la selección final de todo el concurso. Parece que mi maestra estaba tan impresionada que se lo mostró al director de la escuela (su nombre hoy no lo recuerdo, sé que él había nacido en Puerto Rico o que era hijo de puertorriqueños) ya que a los pocos días el director me llamó a su oficina (algo que nunca me había pasado) y empezó a hacerme preguntas sobre el poema. Recuerdo que me preguntó qué quise yo decir con la frase “Duarte, tus estatuas se levantan por encima de todas las demás…”. También me preguntó de dónde yo saqué esas ideas y si alguien me había escrito el poema, qué pensaba mi padre del gobierno, etc. Yo ni recuerdo qué le contesté pues todas esas preguntas me parecían muy raras. Sé que yo le contestaba con frases cortas o “sí”, “no”, “no sé”, etc. En conclusión, mi impresionada profesora más nunca volvió a hablar de mi poema ni supe yo jamás cual fue el destino de mi primera incursión en el mundo de las letras, pero obviamente no llegó muy lejos.

Años después entendí, naturalmente, cuál era el problema con esa frase de mi poema que decía “Duarte, tus estatuas se levantan por encima de todas las demás” pues como el país estaba repleto de estatuas de Trujillo, decir eso era un sacrilegio y si el poema hubiera llegado a oídos de algún alto funcionario o informante, el director, mis padres o mi maestra podrían tener serios problemas. Por muchos años me molestó la idea de que talvez por ese poema fue que empezaron a sospechar de mi padre, cosa que siempre trato de olvidar cada vez que la idea me salta a la cabeza.

Cuento esta experiencia porque demuestra a qué nivel de patología llegó el control y la censura en el país durante la “Era” para que descartaran un poema de una niña porque destacaba las estatuas del padre de la patria, Juan Pablo Duarte, por encima de las del tirano.

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Yo y mi hermano Ricardo nos íbamos a la escuela caminando. Cuando íbamos por la 30 de Marzo, pasábamos por algún tipo de cuartel, no sé si de policía o militar. Casi siempre, por las mañanas nos tocaba pasar en el momento en que estaban izando la bandera dominicana, lo cual lo anunciaban con un cornetín. Cuando la gente oía el cornetín, tenía que congelarse en el lugar en que estuviera, llevarse la mano al pecho en señal de atención y no moverse hasta que el cornetín o el grito militar de un soldado anunciara que ya la bandera estaba izada. Hasta ahí, bien, pero lo peor era que hasta los carros que pasaban por ahí tenían que parar, los hombres tenían que salirse del carro, quitarse el sombrero, llevarse el sombrero o la mano al pecho y pararse en atención hasta que el cornetín avisara que la bandera había sido izada. Las mujeres podían quedarse sentadas en el carro y sólo tenían que llevarse la mano al pecho.

Yo supongo que algunos conductores talvez no oían el cornetín directamente, pero se daban cuenta de que tenían que parar al ver a los peatones y a otros carros parados en atención. Además, en esos años los carros no tenían aire acondicionado ni había delincuencia (por lo menos del tipo en que atacan a cualquiera en la calle), por lo que la gente casi siempre manejaba con todas las ventanas abiertas para refrescarse. Eso les permitía oír el cornetín anunciando el ritual de la bandera. 

No puedo asegurar que esta paralización del tráfico en que los hombres tuvieran que salirse del carro, pasaba en cada lugar de la capital o del país en que estuvieran izando y bajando la bandera. Sólo puedo contar lo que yo conocí, pero como esto era un requisito en ese cuartel, por lógica supongo que también imponían este ritual alrededores de los demás cuarteles. Mi  hermano Ricardo también recuerda este ritual de la bandera.

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Una de las cosas que recuerdo de la escuela es que los cuadernos, cuya cubierta era de color azul, todos llevaban en la carátula el rostro de Trujillo con un círculo alrededor en el que estaba inscrito: Grsmo. Rafael Leonidas Trujillo Molina, Padre de la Patria Nueva o Benefactor de la Patria.

Además, el libro de historia dominicana que yo usé en mi cuarto y quinto año en el Colegio Evangélico estaba dividido en dos partes casi iguales: La primera mitad trataba sobre la historia dominicana de 1492 hasta 1930 y la segunda mitad estaba introducida por una página que solo contenía letras grandes en el centro que decían: LA ERA DE TRUJILLO.

O sea que los primeros 438 años de nuestra historia estaban comprimidos en una mitad del libro y los últimos 30 años abarcaban casi la otra mitad del libro. Digo "casi" porque el libro tenía casi una pulgada de grosor y la mitad que correspondía a la Era de Trujillo se llevaba casi la segunda mitad del libro, con unas 8 ó 10 páginas menos. Yo no sé si ese libro era el libro estándar de historia que se usaba en todas las escuelas o si sólo en algunas escuelas. No puedo contar sobre el contenido de esa segunda mitad del libro titulada La Era de Trujillo porque yo salí a los 11 años y sólo llegué a estudiar en RD hasta el quinto año. En mi clase habíamos recorrido la historia hasta la etapa republicana y creo que íbamos a empezar la historia sobre Horacio Vásquez y la Era de Trujillo en mi sexto año. Naturalmente, yo solo leía lo que nos asignaban y nunca se me ocurrió darle un vistazo al resto del libro. Talvez estaba hastiada de trujillismo con toda la propaganda que uno veía por todos lados.

También debo decir que en mi escuela yo no recuerdo nada sobre homenajes a Trujillo al empezar las clases como cuentan otros. Tampoco recuerdo haber visto bustos de Trujillo ni fotos de Trujillo en la escuela, pero es posible que ya uno estaba tan acostumbrado a verlos por todos lados que no fue algo que se me grabó en la memoria, tal como hoy no podría decirles en qué tipo de pupitre nos sentábamos, ni de que color eran las paredes, ni en que parte quedaba la oficina del director. Sencillamente uno no puede recordar todos los detalles.   

Recientemente yo le pregunté a mi hermano Ricardo si él se acordaba de algo que le enseñaban en la escuela sobre El Jefe y él me dijo que se acuerda que su profesor les dijo en una ocasión que Trujillo era tan grande como Alejandro el Magno y Napoleón Bonaparte y que había oído otros tipos de alabanzas pero que no se acuerda exactamente que era lo que decían.

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Mis dos hermanos mayores, Héctor y Alberto, asistieron algunos años al colegio Luis Muñoz Rivera antes de que saliéramos del país y luego, me contó mi madre recientemente, que mi hermano Ricardo también asistió al LMR en el último año en que estuvimos en el país, algo que yo no recordaba. En esos años en que asistieron mis hermanos, a esa escuela también asistían Radhamés Trujillo y algunos de los sobrinos o hijos de los sobrinos de Trujillo. Lo que mis hermanos nos contaban era que en toda competencia escolar en que los Trujillos participaban, siempre tenían que ganar los Trujillos. Específicamente recuerdo que Héctor o Alberto contó una vez que en una carrera (iban montados en bicicleta), los participantes tenían que ir a toda velocidad y poder enganchar unas argollas colgantes en un palito que llevaban en la mano mientras iban montados a alta velocidad. El que lograba enganchar el mayor número de argollas (o bolas, no recuerdo), ganaba la competencia. Mi hermano comentó que Radhamés (o uno de los sobrinos que participó, ya no recuerdo cual de ellos) cogía las argollas con la mano en lugar de hacer el esfuerzo de tratar de engancharlas con el palito. Eso para todos era una gracia que celebraban y, naturalmente, el Trujillo ganó la carrera, como siempre, con los comprometidos aplausos y vítores de los jueces y el público de maestros y estudiantes. Hoy no puedo pedirles más detalles y que me aclaren cuáles Trujillos asistían al LMR porque Héctor murió hace muchos años y Alberto, quien vive en otra ciudad, sufre de demencia inicial y complicaciones psicológicas. Ricardo no lo recuerda porque él sólo asistió un año, el último año que estuvimos allá. Esto les parecerá un detalle trivial, pero sé que había muchos privilegios, grandes y pequeños abusos de poder y corrupción de este tipo dondequiera que estuviera un Trujillo y como pocos de esas generaciones se han ocupado de describir estos detalles, los dominicanos de hoy creen que el abuso y la corrupción de los Trujillos sólo se limitaba a lo politico y lo militar. En realidad, todos los Trujillos pertenecían a una casta exclusiva, como en la época de los monarcas absolutos y la nobleza privilegiada, gozando de prebendas exclusivas en todo lo que se les antojara.

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Los domingos, después de asistir a la iglesia, mi familia a menudo se iba a Boca Chica, al zoológico, al teatro al aire libre o a algún otro lugar de esparcimiento. Pero también, más o menos cada dos semanas o después de una de esas actividades, íbamos a visitar a mi abuela materna los domingos por la tarde. Ella vivía frente al parque Ramfis, lo que permitía que uno tuviera una vista bastante amplia del malecón desde el balcón de la casa de mi abuela.

A veces, cuando estábamos donde abuela, empezaba un movimiento febril de cepillos (Volkswagens negros del SIM) y algunos carros militares, lo que indicaba que estaban despejando la zona porque El Jefe iba a darse su paseo por el malecón. Esta actividad de los guardias y los cepillos empezaba una hora antes (según calcula mi madre) hasta que por fin ya no transitaba ningún vehículo particular ni nadie se atrevía a salir a la calle.

Al cabo de unos 40-50 minutos de esta actividad de control, se cernía una pesada calma y un silencio cauteloso sobre toda la zona en que ya ni los cepillos circulaban, se quedaban estacionados en la zona. Esa recargada calma era lo que anunciaba que pronto veríamos al Benefactor y su séquito. Efectivamente, aparecían unos ocho o diez hombres caminado lentamente, muy pegados uno de otro, casi literalmente hombre con hombro. Trujillo iba en el centro cubierto por los demás por delante, por detrás y por los lados. Caminaban muy juntos como un solo hombre. Ya mis tías y mi abuela estaban acostumbradas a este ritual porque El Jefe se daba sus paseos por el malecón casi todos los días o cada vez que podía por lo que ellas ni se paraban a observar y seguían conversando. Pero mi padre nunca se perdía el espectáculo y yo y alguno de mis hermanos lo acompañábamos en el balcón. Recuerdo que mi padre todo lo observaba sin perderse un detalle y cuando aparecían El Jefe y su séquito, la mirada de mi padre se concentraba en el grupo, absorto en sus pensamientos con una expresión triste y profunda. Tan cerca y tan lejos de su alcance.

(La forma en que lo presenta la película "La fiesta del chivo" en el malecón donde Trujillo camina delante del grupo exponiéndose abiertamente, eso yo nunca lo vi. El grupo no se apartaba, caminaban hombro a hombro y Trujillo iba siempre en el centro, cubierto por los cuatro costados. Yo supongo que lo presentaron así en la película para poder enfocarlo con la cámara mientras hablaba.)

Esas ocasiones fueron las únicas en que yo puedo decir que vi a Trujillo en persona, si se puede decir que lo veía porque en realidad lo único que alcanzaba a ver era la coronilla de su cabeza, puesto que estaba completamente rodeado, pero lo veía a él o a sus hermanos o sus hijos casi todos los días en la televisión. Tengo entendido que era casi obligatorio siempre incluir sus imágenes todos los días tanto por televisión así como en los periódicos. En los noticieros, Trujillo siempre llevaba una expresión pétrea, tensa, indescifrable y su cuerpo se movía en forma acartonada, como si cada movimiento lo hubiera ensayado de antemano, con excesiva formalidad. Nunca le vi un movimiento espontáneo o relajado. En sus últimos años lo recuerdo siempre con lentes oscuros.

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Otra cosa que recuerdo de los Trujillos es que cuando un Trujillo pasaba en su carro, siempre iba a toda velocidad, sonando una o varias sirenas. Su carro no iba solo sino que iba acompañado por militares en motores por delante y motores por detrás y varios carros en medio. Cuando la gente veía esa caravana que venía con las sirenas de los motores, a una velocidad exagerada, la gente tenía que quitarse del paso a como diera lugar para no ser atropellado, porque jamás reducían la velocidad. Ellos eran como dioses que vivían en un plano superior a los demás dominicanos.

La importancia del Trujillo que iba adentro se marcaba por la cantidad de motores que lo acompañaban: Si era el propio Trujillo, Héctor o un miembro de su familia inmediata, entonces varios carros iban con unos cuatro motores por delante y dos o cuatro motores por detrás. Si eran otros hermanos o un sobrino allegado al Jefe, entonces iban solo con dos motores por delante y talvez dos por detrás, pero siempre a una velocidad peligrosísima por cualquier calle de la ciudad.

Recuerdo que a veces pasaba Petán frente a mi casa hacia o desde la Voz Dominicana. Él solo llevaba dos motores por delante y si acaso uno por detrás. En realidad yo sólo recuerdo los dos motores que iban delante de un solo carro y eso era, según me contó mi hermano Alberto, porque Petán era un Trujillo de segunda.

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Es verdad que en República Dominicana en 1960, como en la mayoría de los países latinoamericanos hace 50 años, se podía caminar por la calle sin temor a ser asaltado por delincuentes porque las comunidades eran más sanas hace más de medio siglo, pero en el caso de República Dominicana, sí había otro tipo de temor, más aterrador, que no existía en la mayoría de los países en esos años: Era el miedo a los calieses y a los militares. El miedo generado por el Estado terrorista penetraba en las entrañas. Yo recuerdo que en los últimos dos o tres años yo empecé a percibir que cuando oscurecía, ya la gente no salía a "pasear" después de la cena por gusto, como lo hacian antes con frecuencia, por miedo a tener algún problema con un calié o una autoridad. Salian de noche cuando tenian un compromiso importante que cumplir o naturalmente si tenían que ir o regresar de alguna reunión de familia o algo inevitable. Entonces la gente apresuraba el paso para meterse en la casa. Cualquier calié o militar podría decidir caprichosamente que eras un sospechoso, que hiciste o que dijiste algo contra el gobierno, que te vieron hablando con sutano, etc. Recuerdo que en los últimos años de la Era, el malecón, a donde antes a la gente le gustaba ir a pasear (algo típico en los países latinos durante muchas décadas), casi siempre estaba vacío. Es decir, se evitaba estar en la calle por gusto en una época, a mediados del Siglo XX, en que uno de los grandes pasatiempos de los padres y jóvenes adultos en los paises de tradición hispana era el paseo a pie después de la cena, ocasión en que las parejas o amigos conversaban plácidamente disfrutando del aire fresco de la noche y se paraban a hablar con los amigos. Eso, en los últimos dos o tres años, desapareció, por lo menos es lo que puedo decir de la capital, no sé de los pueblos.

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Recuerdo que mi padre le decía a mi mamá que en los últimos años habían empezado a tocar el himno nacional excesivamente rápido. Yo misma recuerdo que había dos maneras de tocar el himno: La primera era el estilo más lento, inclusive creo que un poco más lento que el compás con que lo tocan hoy (según veo en YouTube) y de la segunda forma, lo tocaban a un compás mucho más rápido que el que usan hoy y este segundo estilo rapidísimo yo lo oía especialmente en eventos oficiales o en actos públicos.

Tocaban ese hermoso himno tan rápido que las personas que lo cantaban casi no tenían tiempo de pronunciar las palabras. Mi padre decía que obviamente lo tocaban tan rápido para que los dominicanos no tuvieran tiempo de pensar en la letra, de reflexionar en las ideas de lo que estaban cantando pues el himno dice “ningún pueblo ser libre merece si es esclavo, indolente y servil, si en su pecho la llama no crece….." y habla de romper las cadenas de esclavo, de ser libre, etc.

Por cierto, en mi casa nunca tuvimos la plaquita que decía "En esta casa Trujillo es el jefe".  Se lo pregunté recientemente a mi madre y ella me lo confirmó.

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Hablando de música, deseo anotar que mi hermano Alberto era un gran fan del rock n' roll. Sus ídolos eran, naturalmente, Elvis Presley, Neil Young, Paul Anka, Neil Sedaka, etc. (en ese orden de importancia). Alberto tenía buena voz y presencia pues le gustaba andar bien vestido y era bastante bien parecido. Él fue integrante del primer o uno de los primeros grupos de rock n' roll que se formó en el país, los "Happy Boys", integrado por Milton Peláez, Pericles, Max Cordero, otros, y cantó, creo que como el "lead singer", en el debut del grupo que se presentó en "La Hora del Moro" en la RAHINTEL. Recuerdo que usaban un pullover de cuello tortuga de tono pastel (azul claro? no recuerdo) al cual mi madre le mandó a tejer las insignias HB (Happy Boys). Era el uniforme que todos los integrantes usaban. Recuerdo que toda mi familia se sentó alrededor del televisor para ver esa primera presentación. Si mi memoria no me falla, Alberto (haciendo marcados ademanes presleyanos con su guitarra) cantó "I'm all shook up" de Elvis Presley, acompañado por el grupo, y creo que otra canción del Rey del Rock, posiblemente "I'm nothing but a hound dog", pues a él le gustaba cantar esa canción. Mi hermano Ricardo y yo, como siempre, nos reíamos de las simulaciones de adolescente de mi hermano, pero mi padre, cuyos valores y estilo de vida no asimilaban la onda rocanrolera ni el estilacho de playboy, observó el espectáculo completamente serio, inexpresivo, y yo diria que procesando en su mente cómo era que iba a 'enderezar al muchacho'.

Esa fue, naturalmente, la primera y supongo que última vez que Alberto cantó públicamente con el grupo, pues creo que poco tiempo después nos asilamos en la embajada o no sé si fue que él perdió interés. Debido a que él fue integrante del grupo sólo en su muy temprana etapa, aunque estoy segura de que principalmente para no quedar asociados con un antitrujillista para la seguridad de los integrantes, nunca más el grupo volvió a mencionar su nombre, por lo que Alberto jamás quedó recordado como uno de los precursores del rock n' roll dominicano.

Aún en esa dictadura totalitaria y sanguinaria, el rock 'n roll se abría paso.

Lo siguiente es una nota que una amiga de mi hermano escribió en Fundación Testimonio cuando publicaron en Facebook el 16 de julio, 2017 el artículo sobre nuestro asilo:





Por cierto, mi padre estaba preocupado por la tendencia a la vida superflua que mi hermano mayor mostraba, típica de los adolescentes urbanos de esa época, más interesado en la vida social y el rock n' roll que en el estudio, dado a pasar largas horas con sus amigos fuera de la casa, siempre bien vestido para impresionar a las muchachas. Entonces mi padre habló con Yuyo D'Alessandro y le pidió que le diera un trabajo los sábados a Alberto en su negocio de carros Fiats. Le dijo que no tenía que pagarle ningún salario, que sólo con que lo mantuvieran ocupado, lejos de sus andanzas y su círculo de amigos (de mayor edad que él), con la esperanza de que se interesara en el trabajo y en una carrera. Guido accedió y Alberto empezó a trabajar. Mi madre me cuenta que sorpresivamente a Alberto le gustó la experiencia y dice que se iba muy contento a su trabajo porque se sentía como un adulto. Pero el trabajo no le duró mucho tiempo dado que él nos contó que un día que iba al trabajo, casi al llegar se dio cuenta de que la distribuidora de la Fiat estaba intervenida por militares por lo que Alberto atinó a doblar la esquina disimuladamente y se devolvió a la casa por otra calle. Fue cuando descubrieron un complot contra Trujillo en el cual Guido D'Alessandro estaba involucrado. Guido se desapareció durante meses y después se supo que estaba en el exilio.

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Otra de las cosas que recuerdo es que cuando uno pasaba alrededor del mediodía por un lugar de construcción, o donde hubiera peones trabajando, o por donde uno podía ver a personas humildes almorzando, lo que yo no dejaba de ver en las manos de los peones o en las familias pobres era un gran plato de arroz blanco coronado con unos seis o siete granos de habichuela encima. El propósito de los granos de habichuela era más que nada de adorno, es decir, crear una fantasía visual para que el plato de arroz blanco fuera menos deprimente. Debajo de las contadas habichuelas había una "salsa" aguada, transparente, apenas de unas dos pulgadas de diámetro, también para adornar. Al lado del arroz iba un guineo pelao, nada más. Recuerdo que mezclaban el guineo con el arroz. Ese era el almuerzo diario de la clase trabajadora o del pobre en la capital, donde yo vivía. Jamás vi yo carne en esos platos, ni tomate, ni verduras, sólo arroz blanco, un guineo y unos seis granos de habichuela. No exagero. Yo sé que los que vivieron en la capital durante la Era saben de lo que estoy hablando. No puedo hablar de cómo era el almuerzo en las demás ciudades o en los pueblos pequeños. 

Ojalá otros que vivieron en la Era describan también lo que ellos conocen sobre la dieta típica de los pobres quienes, como dije, eran la mayoría de los dominicanos. Yo no sé lo que comían en los campos, tal vez tenían más variedad, sólo puedo hablar de los pobres de la capital, donde yo vivía. Actualmente, puedo decir que las veces que he visto videos en YouTube de los mercados populares de comestibles en R. Dominicana y veo a las madres humildes dominicanas llenando sus canastas de verduras, frutas y una gran variedad de comestibles, me ha impresionado la enorme diferencia con la dieta de los pobres durante mi infancia, la cual, como dije, se limitaba practicamente al arroz blanco y los guineos... si bien los hijos salían a marotear frutas en los alrededores de la entonces Ciudad Trujillo.

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La clase media baja (la mayoría en las ciudades) llevaba una vida de austeridad. El ingreso les alcanzaba para comprar lo mínimo o casi siempre compraban de "a fiao". Las oficinistas, maestras, vendedoras, etc. sólo tenían dos o tres cambios de ropa. La costumbre era que se ponían el mismo vestido o una combinación blusa-falda los lunes y martes. Luego, los miércoles se ponían otro vestido y ese lo repetían el jueves. Luego, el viernes o se ponían lo mismo que usaron el lunes y martes o un tercer vestido. Sólo tenían uno o dos vestidos para salir los domingos y para ocasiones especiales. Es decir que en total las mujeres tenían 4 ó 5 cambios de ropa, eso con esfuerzo ya que era necesario cambiar de ropa para ir a trabajar. Hace unos años le comenté a un amigo que los hombres de la clase media baja (maestros, vendedores, oficinistas, etc.) sólo tenían dos sacos para ir a trabajar y él, siendo mayor que yo y mejor conocedor de la Era, me dijo que por lo general tenían un solo saco y algunos, con mucha suerte, podían costear dos. 

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Mi madre me contó en varias ocasiones que uno podía ver a los niños pobres con un solo zapato puesto y en el otro se amarraban un trapo. Esto era porque había una ley que prohibía andar descalzo. Como los pobres no podían comprar más de un par de zapatos para que lo compartieran dos de los hijos, entonces le ponían un zapato a un hijo y el otro zapato al otro hijo y cada uno iba con un trapo amarrado al pie sin zapato en caso de que un policía les preguntara, ellos podían decir que no se ponían el otro zapato porque tenían un pie herido. Yo supongo que cuando era un solo niño en la familia compartían el gasto y el par de zapatos con algún vecino que también tenía niños, pero especulo. Mi madre me dijo que ella eso lo había visto varias veces. Eso personalmente yo nunca lo vi, pero yo tampoco salía mucho de la casa, aparte de ir a la escuela, la iglesia y a los paseos del domingo con la familia. De vez en cuando también iba al parque o de excursión con mi prima mayor Patricia y mi amiga Carmencita.

Por cierto, algo que recuerdo es que en mi casa mis padres siempre trataban de conseguir la leche en polvo importada porque la leche que había en República Dominicana era una leche falsificada, en parte agua, a la que, según me cuenta mi mamá, le echaban yuca molida para espesarla. Yo recuerdo las veces que yo tomé de esa leche de la Central Lechera: al vaso se le formaban unos anillos raros, grisáceos-amarillentos, al nivel de la superficie de la leche y, además, en el fondo del vaso quedaba un residuo, cosa que no ocurre con la leche pura.

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Los sábados por la tarde, mientras mis hermanos jugaban deportes con sus amigos en algún "play" o cancha de baloncesto, mi padre me sacaba de paseo al malecón, a los museos, a ver los barcos en el muelle y hasta abordar algunos cuando permitian, al zoológico, aunque es verdad que a veces íbamos a parar al campo de golf del hotel Embajador, deporte que a él le encantaba. Yo llevaba mis jugueticos y me ponía a jugar en una de las mesas de picnic usando mucha imaginación mientras él jugaba con otros lleno de satisfacción. Creo que mi madre nunca supo sobre estos ocasionales desvíos hacia campo de golf. La idea de que mi padre me dedicara los sábados por la tarde exclusivamente a mí fue de mi madre. Pero en los últimos dos años, cuando él empezó a trabajar en contra de la dictadura, esos paseos cesaron.

Pero entonces, como yo ya tenía unos 9 años, yo ya podía irme de excursión urbana los sábados por la mañana acompañada por mi prima mayor Patricia (me llevaba 3 o 4 años) y mi amiga Carmencita, las tres armadas con nuestras loncheras para hacer un picnic en algun lugar. Yo recuerdo que en esas excursiones a veces íbamos a jugar al enorme patio del Colegio Evangélico, donde también almorzábamos. Recuerdo una vez en que estábamos ahí, oímos las risas y algarabía de niños al otro lado de la pared donde quedaban unas instalaciones de la Cruz Roja Dominicana. Pudimos treparnos y ver por encima de la pared que estaban organizando un show de marionetas para los niños de escasos recursos. Como ese show no nos lo podíamos perder, logramos infiltrarnos entre los niños durante los preparitivos finales del pequeño escenario ambulante. Los niños, emocionados, movían sus sillitas plegables de madera cada vez más cerca al pequeño escenario y los fornidos hombres (quienes parecían más militares no uniformados que voluntarios de la Cruz Roja) que estaban dándole los toque finales al montaje les exigían gritándoles que no se acercaran más, pero los niños (de unos 6-8 años), llenos de emoción, no atendían al mandato y poco a poco movían sus sillitas cada vez más cerca. Entonces, los hombres agarraron las sillitas con los niños y lanzaban a los niños al aire como si fueran sacos de arroz, no hacia el suelo, sino hacia arriba, al aire, de tal forma que la caída al suelo de cemento era más contundente. Esto lo hicieron esos hombres repetidas veces, sin importarles como caían los niños quienes se pusieron a gritar de miedo. Se sembró el pánico entre esos niños, nosotras salimos corriendo del lugar porque el evento se había tornado peligroso. Yo he visitado y he vivido en diferentes países y puedo asegurar que esa clase de cultura brutal, esa actitud de los funcionarios de la Era de tratar a la población, incluyendo a los niños pequeños, como a animales, solo es concebible en un régimen bestial como el que el Generalísimo implantó.

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Decidí incluir aquí esta pequeña nota que no tiene nada que ver con la vida durante la dictadura trujillista porque no tengo ningún otro medio donde compartirla. Aunque es un dato pequeño, me pareció que era de interés para los que investigan la historia dominicana del siglo pasado.

Mi abuela adoptiva Angui (Eva Luella Whiffen Warren) vino a la República Dominicana por primera vez en 1912. Ella adoptó a mi padre cuando él tenía más o menos un año. Mi padre nació en 1913 cuando ya ella se encontraba en la isla. Su hermana, Nellie Whiffen, había venido antes que ella, creo que en 1908. Las dos llegaron a conocer el país muy bien pues como misioneras viajaban mucho (hasta a caballo) en el interior del país divulgando el Evangelio y curando enfermos gratuitamente. Antes de llegar a anciana, mi abuela viajaba con cierta regularidad a Estados Unidos, aunque desde 1913 ella vivió en República Dominicana permanentemente hasta que mi familia salió al exilio en 1960.

Mi abuela Angui, quien siempre mantuvo su ciudadanía americana, me contó varias veces cuando yo era una adolescente que en una reunión con el embajador americano (no sé en qué año ni cuál embajador sería), éste les había explicado que la razón por la que Estados Unidos mandó Marines a la República Dominicana en 1916 fue porque los alemanes habían estado estudiando la isla para establecer una base naval para la marina de guerra alemana.
Es todo. Es un dato pequeño, pero que creo que, si algún historiador lo lee, podría ayudar a aclarar un hito importante en nuestra historia, la intervención de 1916, ya que el dato provino del propio embajador americano durante una reunión privada en que no había interés político ni propagandístico.

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Por cierto, a manera de anécdota, cuando nos asilamos, no sé si fue al día siguiente o varios días después, un par de calieses se presentó en mi casa queriendo entrar para registrarla, pero se toparon en la galería con mi abuela Angui. Ella era una persona de carácter recio y les dijo tajantemente que ellos no podían entrar. Ellos, medio confundidos con esta señora tan extraña (pues era muy blanca y de pelo completamente blanco) se fueron. Luego, no sé si el mismo día o un día después, volvieron y mi abuela les dijo lo mismo. Ellos insistieron, entonces mi abuela fue a su cuarto, sacó una bandera americana grande que ella sacaba todos los 4 de julio, la colgó abierta en frente de la casa y les dijo algo así como “Esto es territorio americano y si ustedes lo violan se van a ver en un serio problema con la embajada americana!!”. Los calieses no supieron qué hacer, confundidos tanto por sus firmes palabras y su frío temple como por la inusual visión que tenían frente a ellos al ver a una persona tan blanca, con pelo blanco, con sus fríos y penetrantes ojos azules, como transportada ahí de otra dimensión. Los calieses se fueron y parece que les dijeron que desistieran puesto que no volvieron jamás, por lo menos hasta que nos fuimos del país. Con mi abuela nadie se metía. Tenía un carácter muy fuerte.

El plan era que ella se iba a quedar en la isla cuando nos asilamos y que miembros de la iglesia u otros misioneros (no recuerdo) la cuidarían hasta que pudiera unirse a nosotros. Por cierto, mi padre le había puesto dos discretos ganchos en el frente de la casa para colgar la bandera dominicana en los días de fiesta patrios y mi abuela colgaba la bandera americana cada 4 de julio. 


De mi abuela hay muchas anécdotas. Ella vivía con nosotros y como anciana ya casi no salía, veía mucha televisión, leía mucho la Biblia y, por su ética de trabajo protestante, siempre se mantenía muy ocupada en la casa haciendo todo tipo de quehaceres. Pero a veces, de repente le resurgía el viejo espíritu evangelizador de misionera y, de repente me decía "Evita, vamos a salir a la calle a evangelizar!" Eso para mí era como una pesadilla que de repente me envolvía. Yo trataba de covencerla de que podíamos posponer la misión para otro día, pero ella era de carácter fuerte e insistía. Así que ella sacaba unos viejos folletos religiosos que tenía guardados, salíamos las dos a cumplir la misión. Yo la llevaba a una esquina y ahí ella se ponía a repartir mensajes religiosos. Con el miedo de que alguna amiguita o conocidos de mi familia mía me vieran, yo miraba para otro lado y me mantenía a unas cuantas yardas de distancia tratando de que no me asociaran con mi abuela. Era un tremendo alivio cuando mi abuela finalmente me decía con su tono firme "Ya está bueno, vámonos."
Siempre fue una americana muy patriótica, pero su segunda patria fue la República Dominicana. Era pianista, se sabía muchos himnos nacionales de muchos países, pero me dijo una vez con seriedad objetiva que en el mundo los tres himnos nacionales más bellos eran: La Marsellesa de Francia, el himno nacional de Estados Unidos y a la par de éste estaba Quisqueyanos Valientes. Era más dominicana de lo que parecía y por eso era la que más quería regresar para vivir en la isla el resto de su vida. La frase que más repetía en los primeros años que vivimos en Estados Unidos era "Let's go back, let's go back".

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Cuando velamos el cuerpo de mi padre en mi casa, nos sacaron a casi todos de la sala para abrir el ataúd con el propósito de que mi hermano y mi abuela Angui reconocieran el cuerpo. Mi tía Divina me contó años después que mi abuela Angui se inclinó hacia donde estaba la cabeza cubierta de mi padre y con lágrimas le dijo: "Tu sabías, Alberto, que no podía terminar de otra manera." Cuando mi tía me contó eso me impactó porque yo nunca había visto a mi abuela llorar, ni antes ni después, pues ella tenía un temple muy disciplinado y reservado.

Los que recuerdo que estaban presentes esa mañana en mi casa velando el cuerpo eran: Mi abuela Angui, mi hermano Héctor, mi prima Patricia, mi tía Divina, mi tío Publio y Mr. Perkins. Talvéz me estén faltando uno o dos, pero en realidad esos son los únicos que recuerdo haber visto, éramos muy pocos. Naturalmente, ninguno de los vecinos se atrevió a acercarse ya que los calieses del SIM tomaban nota de quienes se asociaban con un "enemigo del Jefe".  Sin embargo, cuando fuimos al servicio en la Iglesia ubicada en Las Mercedes, fue realmente sorprendente la gran cantidad de miembros de la iglesia que se hizo presente, todos guardando un silencio reservado.

Recuerdo que la torre de la iglesia evangélica en la calle Las Mercedes tenía unas campanas y que nunca las tocaban. Recuerdo que varios años antes del asilo yo le había preguntado a mi padre al salir de la iglesia que cuando era que tocaban las campanas puesto que nunca las había oído. Noté que se quedó buscando una respuesta en su mente, pero no pudo o no quiso dármela y no dijo nada. El día que en la iglesia le hicieron el servicio de cuerpo presente a mi papá, al salir yo estaba muy triste y todavía lloraba pues fue esa misma mañana del funeral que llegué a saber lo inevitable, a pesar de mi creencia infantil de que él era capaz de superar cualquier cosa: Que mi padre de hecho había muerto. Pues al salir de la iglesia muy triste, bajando hacia la acera, oí las campanas de la iglesia por primera vez, y tocaban alto, desafiantes, llenas de gloria, como expresando lo que todos los presentes no se atrevían a decir. Me impactó su alto volumen, como queriendo que las oyeran en el palacio del tirano. En esos momentos vulnerables, llenos de tristeza, fueron esas campanas mis más poderosas aliadas.

(En la parte arriba, en el banner de este portal, coloqué una foto de la torre de la Iglesia Evangélica.)

Como mi hermano Héctor y yo estábamos demasiado tristes dado que fue esa misma mañana que supimos que mi padre efectivamente había muerto, no quisimos ir al cementerio y presenciar cuando lo enterraran. Como los demás estaban en el hospital, la única de nuestra familia directa que estuvo presente cuando lo enterraron fue mi abuela Angui, acompañada por mi tía Divina, las dos acompañadas a su vez por algunos miembros de la iglesia. Creo que fue mi tío Publio quien nos llevó a Héctor y a mí a la casa de mi abuela desde la iglesia. Cuento esto para relatar lo que mi tía Divina, Angui y otros nos contaron después: Que los calieses que estaban observándolo todo en el cementerio empezaron a interrumpir las palabras de despedida del pastor y la oración final gritando "¡comunista!", "¡ese no es más que un comunista!", "¡enemigo del Jefe!", etc. Porque es que hasta en el último minuto tenían que robarle la dignidad a mi familia y profanar e irrespetar un acto de despedida que era privado y profundamente espiritual. Y ése era el gobierno que en esos días les expresaba hipócritamente a los diplomáticos brasileños su indignación por el atropello en la embajada por parte de sus esbirros. Los que estuvieron en el cementerio acompañando a mi abuela Angui y a mi tía, si es que todavía están con vida, podrán confirmar que eso hicieron los calieses.

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Un día cuando vivíamos en Jabaquara, São Paulo, una vecina (dona Lechina) mandó a alguien corriendo a decirnos gritando “¡Dona Lucita, venga, venga, que están dando noticias de su país, venga pronto!” Como nosotros no teníamos televisor, mi mamá y yo salimos corriendo (mis hermanos estaban en el trabajo). Ahí vimos junto a los vecinos que a Trujillo lo habían matado. Lo que nos parecía un sueño imposible a los dominicanos durante décadas, de repente se había hecho realidad! Mi mamá empezo a llorar pensando que mi padre no estaba vivo para ver eso. Me contó años después que lloraba pensando que si sólo hubiéramos podido esperar un año más sin tener que asilarnos, no hubiéramos perdido a nuestro padre. Pero al final, esperar ya no era una alternativa. Después supimos de la horrible tragedia que sufrieron casi todos los dominicanos valientes que se atrevieron a ajusticiar a uno de los dictadores más totalitarios del mundo.

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Cuando mi familia se mudó a Estados Unidos desde Brasil, vivimos en un barrio en que había unas seis o siete familias dominicanas que vivían a dos o cinco cuadras una de las otras. Le decíamos humorísticamente “la colonia dominicana”. Nosotros éramos los únicos en esa pequeña comunidad que habíamos salido por razones políticas. Entre estas familias había una pareja, talvez de unos 50 años, conformada por doña Emilia (“Millo”) de Lara de Paulino y don Tuto Paulino. Ella era originalmente de Moca, él era nada menos que hermano del general Miguel Ángel Paulino.

Don Tuto Paulino había sido cónsul de República Dominicana durante los últimos años de la “Era”, pero para cuando nosotros llegamos, la dictadura había caído y don Tuto se había convertido en vendedor en una compañía americana. Según leí en una entrevista que le hicieron a doña Millo en la década de los noventas (publicada en la red), don Tuto Paulino volvió a ser cónsul en 1967 en el gobierno de Balaguer. Eso no me consta pues mi contacto con ellos fue sólo un par de veces y lo que sabía de ellos era lo que yo oía comentar a mi tía. Para 1967 yo ya estaba por entrar a la universidad y mi círculo social se había ampliado mucho más allá de la pequeña colonia dominicana de la cual ya me había independizado.

Ellos eran una pareja bastante tranquila, formal y cordial. Tenían hijas, creo que tres pero ellas vivían en otros países. Yo nunca oí a nadie decir que don Tuto tuviera algo que ver personalmente con lo militar o la represión, pero tampoco puedo asegurarlo como un hecho ya que yo de ellos sabía muy poco.

En una ocasión, estando yo donde mi tía Ligia (casada con mi tío Horacio), mi tía me dijo que iba a una reunión social que había preparado doña Millo para la colonia dominicana y me llevó con ella, pues vivían a dos o tres cuadras. Yo tendría unos 14 años.

Doña Millo tenía una elegancia sencilla. Físicamente no parecía dominicana sino que parecía más bien francesa o inglesa. Para la ocasión, ella había arreglado una espléndida mesa de bocadillos, todos conformando elaborados diseños en las bandejas, hasta que daba pena comérselos para no desarreglar los diseños. Ella se comportaba muy atenta y simpática con los invitados. Me dio la impresión de que cuando eran cónsules, este tipo de evento lo hacían con cierta frecuencia para la pequeña colonia dominicana y otros dominicanos en otros barrios de la ciudad pues ahí vi caras que no conocía.

Doña Millo nos contó a los que estábamos sentados cerca de ella una experiencia que tuvo con Trujillo supongo que muchos años antes de ser cónsules. Cuando vivían en República Dominicana, don Tuto era funcionario, pero yo no sabía de qué. Hace unos años leí en una entrevista que don Tuto había sido gobernador de San Cristóbal y diputado antes de ser cónsul.

Doña Millo nos contó que en una cena en que estaban todos sentados en una mesa larga (no sé si fue en San Cristóbal o en el Palacio Nacional) a ella le tocó estar sentada al lado de Trujillo (supongo que él estaba a la cabeza de la mesa y ella era la primera persona sentada a su lado). De repente tembló la tierra de una sola sacudida fuerte que hasta el candelabro que colgaba sobre la mesa se movió con fuerza. Doña Millo (por cierto, una señora chapada al estilo de los melodramas de las novelas románticas), dijo que ella se llevó la mano al pecho y dijo “¡Ay, Satanás!” (supongo que esa era una expresión que usaba la gente de su generación). Ante esta reacción de doña Millo, Trujillo le cogió el brazo y le dijo con voz pausada (según lo imitó doña Millo) “Señora, a quien usted tiene que temerle en este salón no es a Satanás sino a mí”.

Doña Millo dijo que sintió un escalofrío que le subió por todo el cuerpo y, por instinto de supervivencia, guardó silencio.

En ese momento esa historia me impresionó mucho y esa frase de Trujillo se me quedó grabada en la conciencia hasta hoy día porque me llamó mucho la atención que el mismo Trujillo estaba plenamente consciente de lo que él era: igual o peor que Satanás, y aparentemente lo dijo con cierto orgullo.

Puedo decir que lo que acabo de contar es exactamente tal y como siempre he recordado esa anécdota de doña Millo y dudo que mi memoria la haya transformado porque hay cosas que lo impresionan a uno tanto que se graban profundamente y se mantienen íntactas. Es un incidente que yo siempre he recordado cada vez que Trujillo me venía a la mente porque, como dije, me impresionó que él mismo reconocía que era tan malo como el diablo y que se jactaba de eso.

Yo me puse a buscar en el Internet hace varios años a ver si doña Millo se lo habría contado a otros y si alguien talvez lo escribió (confirmando así la historia que ahora comparto públicamente por primera vez) dado que ella aparentemente había sido una dama de sociedad en el país y era algo conocida. No encontré nada. Lo que encontré fue una entrevista que le habían hecho en 1999. Ella simplemente contestaba las preguntas que le hacían por lo que casi no ofreció anécdotas de su vida u otra información fuera de los temas planteados por la periodista. En dicha entrevista, por cierto, ella reiteró muy orgullosa que siempre fue trujillista y que seguía siendo trujillista, a pesar del miedo que aparentemente le tenía a Trujillo según lo que nos había contado.

Yo le pregunté hace un par de años a mi tía Ligia si ella se acordaba de lo que doña Millo había contado en esa reunión y me dijo que ella no se acuerda ni de la fiesta. Esto no me sorprende puesto que mi tía tiene ahora 90 años, además de que yo misma no sé si ella estaba sentada cerca de doña Millo cuando ésta contó la historia. Además, mi tía siempre fue una persona que conversaba mucho por lo que es muy probable que al estar hablando, ni siquiera estaba escuchando lo que otros decían a su alrededor.

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A mediados de la década de los ochentas tocó la casualidad de que cuando me encontraba yo en San José de Costa Rica de repente empezaron los medios de comunicación a dar la noticia de que los herederos del dictador Trujillo se iban a congregar en San José para repartirse lo que quedaba de la fortuna. Dijeron que Radhamés ya se encontraba en el país esperando al resto de la familia. La noticia atrajo mi interés así que les empecé a poner mucha atención a los periódicos y a los noticiarios durante esos días. Después, anunciaron que María Martínez Vda. de Trujillo, la titular de la parte de la fortuna a ser repartida, llegaría al país en las próximas horas para repartir la herencia.

La prensa tica le dio un trato farandulero al asunto, tratando de generar interés usando un tono sensacionalista, con el estilo que usan para las noticias del “jet set”. No dejaban de mencionar “la gran fortuna” de la familia Trujillo y que pronto también llegaría Angelita, hija mimada del dictador y antigua reina de la Feria de la Paz y Confraternidad de Santo Domingo, etc. Efectivamente, más o menos al tercer día vi por el televisor cuando doña María se encontraba sentada en el VIP Room del aeropuerto de San José esperando, supongo, a que le concluyeran los trámites de entrada al país o que la recogieran para llevarla al hotel. A Radhamés no se le veía por ningún lado, lo que me hizo dudar de que en realidad ya estuviera en el país o tal vez no salía para no tratar con la prensa. Empleados del aeropuerto o agentes de la seguridad no dejaban que los reporteros se acercaran a doña María, pero un joven reportero sí logró acercársele por un instante, rápidamente le colocó el micrófono cerca y le preguntó: “Bueno, señora, ¿y qué es lo suyo?" Obviamente, por la forma brusca  en que le planteó la pregunta sobre el dinero, el periodista conocía la procedencia criminal de esa fortuna y no era ningún simpatizante de los Trujillos. Sin tener que pensarlo, de inmediato María Martínez le contestó en su típica forma tosca y cortante: “¿Lo mío? ¡Lo mío es todo!” Al joven reportero lo obligaron a alejarse y con eso se acabó el intercambio. (Yo supongo que las estaciones de televisión de Costa Rica tendrán en sus archivos esta brevísima entrevista.)

Los siguientes días me mantuve tras la noticia, pero de repente, de la misma manera en que sin aviso surgió el melodrama de la fortuna de los Truillos, de esa misma forma, sin explicaciones, el tema se esfumó y no volvieron a decir más nada sobre el torbellino noticioso que la prensa trató de crear: Ni que si por fin llegó Angelita, ni que si los hijos llegaron a un acuerdo, que si efectivamente se repartieron la fortuna o no, ni cuándo se fueron del país, nada. No se si fue que el tema no alcanzó un buen rating, pero esa manera de abandonar un tema en el aire para pasar a otro producto noticioso de consumo rápido es típico de la prensa farandulera que se dirige al público frívolo.

Esa fue la última imagen que vi de María Martínez después de haberla visto por televisión más de dos décadas atrás como Primera Dama en los actos públicos y desfiles. Esta vez estaba aún más gorda, naturalmente más vieja, sin ningún peinado ni arreglo, con el estilo de abuelita y, algo que me pareció extraño, con las medias de nylon arremangadas hacia abajo en unos rollos, justo debajo de las rodillas a la vista de las cámaras. ¡Quién pensaría que se trataba de una ex primera dama, aunque impuesta a la fuerza en forma vitalicia, pero primera dama al fin!

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En mi relato La violación a la embajada de Brasil (ver pagina 7 de julio, 1960), yo mencioné la opresión y el miedo que yo a menudo sentía en las noches cuando era niña ya que, a pesar de mi corta edad, yo había empezado a percibir el ambiente de terror que cubría al país. Cuando regresé a Santo Domingo de visita en 1971 por primera vez después de salir al exilio en 1960, recuerdo que la primera noche que dormí allá, cuando me acosté a dormir de repente me asaltó exactamente el mismo sentimiento de opresión y miedo que había sentido cuando niña y sentí como si estuviera viviendo una pesadilla despierta. Tratando de conquistar el sueño, me decía a mí misma que ya no estamos en la dictadura, que ya no es lo mismo, que ya no había peligro, y poco a poco me quedé dormida. Durante los siguientes días, al salir y caminar por las calles, las tiendas, el malecón, etc. me di cuenta de que, aunque las calles y los edificios, parques y el malecón, que esa parte visible era la misma, la otra dimensión, la parte invisible de la vida de los dominicanos, había cambiado radicalmente. Aunque el país se encontraba bajo la dictadura "blanda" de Balaguer, ya no había el temor de que en cualquier momento los calieses y los soldados te detuvieran o que te atropellaran arbitrariamente, o por lo menos, así lo sentí yo. Bajo el balaguerato hubo muchos asesinatos políticos, pero eran selectivos, no rampantes, caprichosos y arbitrarios. Yo pude notar el cambio en la actitud y el espíritu de ms tíos y mis primos: Habían conquistado la autoestima, eran mucho más espontáneos y alegres y se notaba un sentido de ambición por progresar, no estaban resignados a apenas sobrevivir al régimen como antes. Se notaba que se sentían dueños de sus propias vidas. Con esto no quiero excusar a la dictadura de Balaguer de los miles que mataron selectivamente, pero, por lo menos, el asedio caprichoso y el terror en contra de la población en general había cesado.

Esto es todo lo que yo recuerdo de la “Era de Trujillo” que podría ser de interés, excepto que cuando se iba la luz, en el momento en que ésta volvía, los vecinos gritaban "Que viva Trujillo!” porque en todo ÉL estaba presente, él era “ el principio y el fin, el Alfa y el Omega”, dijo "Hágase la luz y la luz se hizo..."

No puedo contar más porque salí del país cuando era apenas una niña y durante mis últimos dos años de secundaria en Estados Unidos ya me había independizado y me había alejado de la colonia dominicana de tal forma que no tengo otras historias de la Era contadas por los adultos.

También deseo dejar constancia de que en mi casa nunca tuvimos la plaquita que decía "En esta casa Trujillo es el Jefe." Le pregunté a mi madre porque pense que talvez yo no recuerdo todos los cuadros que había en las paredes y ella me lo confirmó: En mi casa nunca se colgó esa placa.

Además, deseo dejar constancia de que mi familia nunca solicitó ni recibió compensación de ningún tipo en ningún momento de ningún gobierno, ni dominicano ni extranjero, por el atropello que sufrimos en julio de 1960, excepto los dos meses de alojamiento y comidas que nos concedió el gobierno brasileño cuando llegamos a Río de Janeiro.

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FOTOS DE FAMILIA

Me gustaría compartir mejores fotos pues en mi casa nos fotografiaban mucho, en todas las etapas de desarrollo y por eso teníamos decenas y decenas de fotos. Sin embargo, en una mudanza en los años ochentas, alquien confundió las bolsas y cajas de fotografías, pensó que era lo que había que echar a la basura y las botaron todas. Fue semanas después que nos dimos cuenta de que estaban faltando, cuando ya era demasiado tarde. De mi familia inmediata sólo nos quedan unas ocho o nueve fotos y no son las mejores.

















 Mis padres cuando eran novios

                                                  



Mis reflexiones sobre la era de terror:


Cincuenta años después

La sangre que corría lentamente dejando huella ya no tiene rumbo,
las lágrimas de las madres y viudas se cansaron de las noches,
y ya nadie en el barrio pregunta por el nombre del desaparecido.
El eco resignado de las adolescentes violadas se ahogó en su silencio,
mientras las heridas de los torturados siguen cubiertas con mangas largas.

Dijo la noticia que al terror cotidiano que todos respiraban lo venció 
la asfixia colectiva. Creo que sí.

Cincuenta años después,
inconscientes, los edificios campean donde había fosas comunes,
los dolientes se cansaron de esperar y luego murieron.
Ellos, los fiscales, nunca contaron los muertos. ¿Cuántos miles fueron?
De vez en cuando las tierras robadas acusan a gritos y luego callan, mientras
la justicia sigue esperando el amanecer de un día que siempre se aleja.

El olvido de ese pasado nos recuerda una lección que no aprendimos,
talvez no supimos dónde era la cita o no hubo un manual de instrucciones, 
o eran demasiados los ausentes que no pudieron acudir, ni hubo tiempo,
creo que nadie quiso declarar que éramos humanos y se dispersaron.

Hoy, 50 años después, si te da la gana, puedes decir que nada de eso ocurrió
y muchos te creerán porque la verdad repetida cansa, ya no interesa.
Así, indiferentes, fríos, hastiados del presente, pisoteando errantes el pasado, 
ese escalofriante pasado, seguirán su camino sin redención ni horizonte
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por Eva Josefa Abreu Piña

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